Entrevista
-¿Podría llevármelo? -le susurró en voz baja a Miguel.
-Claro -dijo él y siguió besándola.
Florencia correspondió a sus besos con la misma pasión de siempre, sin dejar de apretar el libro entre sus manos.
Lo de la literatura se lo debe a su papá. El hombre era un convencido de la riqueza que los libros podían darles a las vidas de sus hijos. Era él quien les contaba el cuento de cada noche. Y fue él el que les regaló un ejemplar tras otro: Las Fábulas de Esopo, la colección Robin Hood, la biblioteca Billiken. Después, un tío continuó la evangelización y le llenó la adolescencia de best sellers de Sidney Sheldon. Fue, recuerda, un punto de inflexión.
A los 17 años fantaseó con estudiar Letras, pero el único futuro que imaginaba la mostraba como docente. Y a ella la docencia no le gusta. Después de todo también le gustaban las matemáticas, así que decidió estudiar Ciencias Económicas. Así conoció a Miguel, un compañero cinco años mayor, que era contador y cursaba Administración de Empresas. Dos años después eran novios. Al tiempo se instalaban en Buenos Aires. El 6 de diciembre de 1997 se casaron.
La escena de la biblioteca existió, sin tanto almíbar, mientras Florencia y Miguel estaban en la casa de los padres de él. Ahí encontró, cuando su marido la besaba, una edición de El árabe ( The Sheik ), de Edith Hull.
-Apenas lo vi intuí que ahí había romance. Lo llevé y no pude parar. En la oficina, lo ponía abajo del escritorio para poder leerlo. Era una obsesión.
Atrapada por la historia de la mujer raptada por un sheik que termina enamorándose de su captor, Florencia le dijo a Miguel que tenía la cabeza llena de escenas. Y él le contestó: ¿Y por qué no las escribís?
-Una inversión total de casi 2000 mil pesos. O dólares- apunta la implacable máquina de dar precisiones numéricas que es Miguel.
-Eso fue lo que costó que fuera escritora -dice la eterna enamorada que es Bonelli.
Suele leer en la cama. Pero durante el proceso de escritura de sus novelas de amor no puede leer una novela de amor. Si lo hiciera se tiraría en la cama a leer todo el día. Ahora, cuando no hay una historia propia que la desvele, la desvelará una ajena. Una de Kathleen Woodiwiss o de Virginia Henley.
Algo más histórico era lo que estaba escribiendo. Hacía meses que preparaba una novela ambientada en la época de Rosas que finalmente Vergara publicó en noviembre de 1999. Bodas de odio tuvo una tirada de nueve mil ejemplares, de los cuales unos 1800 se vendieron en el país. El resto, en España, México, Venezuela, Puerto Rico y Colombia.
Cuatro años más tarde Plaza & Janés publicaba Marlene. Y en 2005 llegó la consagración con Indias Blancas (Plaza & Janés), la historia de una mujer de linaje intachable que comete el error de enamorarse de un indio ranquel. El mismo año se publica la segunda parte: Indias Blancas. La vuelta del ranquel.
En 2005 firma contrato con su tercera editorial (Santillana) que en 2006 publica Lo que dicen tus ojos, aquella primera novela escrita en una computadora prestada, que permanecía inédita. Luego llegarían El cuarto arcano y El cuarto arcano. El puerto de las tormentas (2007) y Me llaman Artemio Furia (2009).
La novela romántica es al mundillo literario lo que un colorido y artificial jugo en polvo puede ser a una bodega de vinos premium. Las críticas pueden tener la forma de violentas defensas a la alta literatura o la ferocidad solapada del ninguneo. Personajes estereotipados, historias previsibles, tozudos finales felices... dicen. Estoica, Bonelli acepta el juego y responde.
-Los personajes estereotipados a nosotras no nos molestan.
-Nosotras ¿quiénes?
-A mí y a mis lectoras. A mí como lectora no me molesta. Reconozco la grandeza de algunos personajes y que otros son medio mediocres, pero son fantásticos.
-También se critica que las historias pueden resultar algo previsibles...
-Final feliz siempre. Sabemos que los personajes van a terminar juntos, el chiste es cómo van a llegar hasta ese final. Cómo sortean los problemas, quiénes los van a querer separar... A otras personas les gustará leer una literatura más filosófica... A nosotras nos gusta esto. Y bueno, historias previsibles, sí.
-¿Tus lectoras no soportarían un final abierto o trágico?
-Te explico: cuando sos lectora de novelas románticas las lees poniendo el cuore, sin dormir de noche y viviendo de delivery porque no te podés despegar del libro ni para cocinar. Cuando lo terminás, con final feliz y todo, quedás medio nostálgica. Estás como una semana extrañando a los personajes.
Ocurre. De repente es una fanática del amor. Revolea los ojos. Suspira. No habla de sus lectoras. Habla de ella misma. Habla de lo bajo, bajísimo, desleal que sería un final que no fuera feliz. Habla de eso y ensombrece.
-Por ejemplo que Red Buttler, el gran personaje de Lo que el viento se llevó termine como termina a mí no me gustó. ¡Me quería matar! Esta estúpida de Scarlett enamorada de este otro idiota cuando tenía a semejante hombre... ¡Y cuando se da cuenta de que lo quiere el otro se va! Tenía ganas de tirar el libro por la ventana. Leer una novela romántica no es simplemente lectura. Involucrás muchos sentimientos.
-Sigamos con las críticas: las autoras de novelas románticas tienen pocas aspiraciones literarias.
-Nunca las tuve. Por eso digo que soy una lectora que escribe. Y escribo lo que me gustaría leer. Y coincide con el gusto de otras mujeres.
Las hay vergonzosas, que compran los libros con pudor y forran las cubiertas -con hombres de pectorales sudados y mujeres de escotes arriesgados- para no ser juzgadas. Las hay orgullosas, que lucen sus tomos con hidalguía y se atreven a llorar a moco tendido en subtes y colectivos. Son las lectoras de novelas rosa. Románticas hasta los tuétanos que al enamorarse de un libro sienten que alguien las entiende. A ellas, dice Bonelli, les debe todo. A Dios y a ellas.
-Como simple. Lo único que quiero es que se entienda lo que quiero decir. No uso recursos raros. ¿Viste como escribía Camus? Historias maravillosas, sin frases confusas ni párrafos largos, con pocos adjetivos...
-¿Tu estilo es como el de Camus?
-No, por supuesto que no, por Dios. El era un genio. Quiero decir que no hace falta ser complicado para ser escritor. Mi estilo es universal, para que todos lo entiendan. Además, no me sale escribir raro. Si los dientes son blancos no son perlas, son dientes blancos. Fui así desde que me enseñaron metáforas en sexto grado y dije: "¡Qué estupidez esto!"
-Es muy común que hagas cruzar a los personajes de una novela a otra...
-Te enamorás tanto que te cuesta soltarlos. Me cuesta muchísimo descolgar la foto de los personajes de la pared de mi escritorio. Y a las lectores les pasa lo mismo.
-¿Qué importancia tiene el sexo en tus historias?
-Es muy importante. El sexo es una parte importantísima del amor de pareja y tiene que estar en su justo equilibrio.
-Siempre como consecuencia del amor...
-Por supuesto. La infidelidad entre los personajes está prohibida. Tiene que ver con que una vez que descubrís el amor verdadero, que no es fácil de encontrar, no tiene sentido tirar todo por la borda.
-¿Escribís sobre un mundo que existe o un mundo que te gustaría que existiera?
-Hay de todo, hay personajes extremadamente luminosos y extremadamente oscuros. Es como la vida...
-En la vida no hay siempre final feliz...
-Pero en mis historias da la casualidad que sí. Si escribir un final feliz es crear una trama utópica para lo que es el mundo, bueno, está bien. Es lo que nosotras queremos.
-Nosotras ¿quiénes?
-Yo y mis lectoras.
-Me dijeron que Susana es fanática de mis libros.
Miguel baja a abrir la puerta.
-Decime Miguel, ¿vos leés los manuscritos de Florencia o los libros publicados?
Traga. Sonríe.
-Yo nunca leí un libro de Florencia.
Lo que podría ser una catástrofe no lo es: diplomático y sincero a la vez, explica que lo que su mujer escribe no es lo que le gusta leer. Que él no lee ficción. Pero, aclara, puede contar cada una de las historias. Florencia le habla de los personajes mientras comen. Le habla, como si hablara de vecinos, de familiares. Porque son familiares. ¿O no?
Foto: Verónica Iglesia
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