Desde que se publicó en 1988, los cinco millones de copias vendidas que suma «El ocho» hacen de su continuación, «El fuego», uno de los libros más esperados. Su autora, una mujer que trabajó en IBM para difundir la informática, como modelo y como asesora en la OPEP, conversa con el escritor Javier Sierra de su pasión por el esoterismo y la magia.
Hace ahora 20 años veía la luz una novela excepcional, sembrada de relatos que transcurrían lo mismo en los albores de la Revolución Francesa que durante la crisis del petróleo en Argelia. Contra todo pronóstico, aquella obra culta, sembrada de nombres, fechas y citas, se hizo un hueco en las librerías de medio mundo. El ocho narraba las vicisitudes de un ajedrez cuyas piezas habían decidido la Historia de la civilización y que, tras mil años olvidado, la abadesa del convento de Montglane, en algún lugar de los Pirineos franceses, había decidido desenterrar y dispersar para salvarlo de quienes lo codiciaban en 1790. La suerte de aquel «experimento literario» –como lo calificaron sus primeros críticos– fue discreta pero, en 1998, diez años después de publicarse, fue la tercera novela más vendida del año en España, alcanzó el número 6 en las listas de Australia y el 16 en la New York Times Bestseller List. Nadie había logrado algo así antes. De hecho, en 2002 continuaba en las listas francesas y hoy sigue vendiéndose con éxito en más de una veintena de países. «Mi libro no es un best seller en el sentido estricto del término. No siguió ninguna moda ni patrón de éxito preestablecido entonces», se defiende su autora, Katherine Neville.
Y tiene razón. Su obra, un long seller en el argot libresco, se adelantó en casi dos décadas a la moda de las novelas de intriga esotérica, inspirando a autores que, como yo, no dudaron en seguir sus pasos. El ocho, por ejemplo, me animó a estrenarme como narrador con La dama azul (Ed. Planeta), que también se desarrolla en varias épocas y escenarios a la vez.
El reencuentro. No fue esa la única deuda que contraje con su autora. El año pasado, la propia Neville no dudó en amadrinar mi ingreso en la International Thriller Writers Association (asociación internacional de escritores de suspense) de Nueva York. Era comprensible, pues, que nuestro reencuentro en la ciudad de Washington a principios de este mes me tuviera un poco impaciente. Aunque esta vez la que me consumía era la dulce impaciencia del lector.
Me explicaré: el ajedrez que vehicula la trama de El ocho, reliquia de oscuras resonancias que en la imaginación de su autora pasó por las manos de Carlomagno, Catalina la Grande o Napoleón embriagándolos de ambiciones sobrenaturales, regresó a las estanterías el pasado 21 de octubre. Ese martes –en Estados Unidos, todas las novedades editoriales se lanzan en martes–, se publicó su esperadísima segunda parte: El fuego. «¿Quieres que visitemos juntos el lugar donde he decidido esconder el ajedrez de Montglane?», me pregunta Katherine Neville nada más saberme en Washington. Acepté su invitación al vuelo.
Aquella tarde, picado por la curiosidad, viajé hasta su mansión centenaria en Warrenton, Virginia, a unos 50 kilómetros del Capitolio.
Dos cerebros. Allí, durante tres días, paciente y disciplinadamente, entre tazas de café, libros y muebles africanos, me desgranó su secreto: había decidido continuar con la trama de su exitosa novela a través de los hijos de los protagonistas originales, llevando la suerte del codiciado ajedrez hasta Norteamérica.
En Georgetown, no lejos de las escaleras que inspiraron El exorcista, en un lugar que ha tardado varios años en recrear a su gusto, ha situado el clímax de su nueva novela. Enseguida se ofreció a llevarme a ese lugar.
A bordo del Subaru de su pareja, Karl Pribram, 90 años, una autoridad mundial en el estudio del cerebro humano, me cuenta: «En realidad escribo desde que tenía 8 años. Me gustaban los libros de aventuras. Llegué a hacerme fan de Rafael Sabatini; me gustaba subirme a los árboles y leer su Capitán Blood, Scaramouche o El halcón del mar. Todavía conservo aquellos libros de piratas, hasta que pronto los únicos capaces de satisfacerme fueron las novelas de búsqueda. Y eso fue lo que decidí escribir». «El fuego también lo es», le indico. «¡Desde luego! Ahora lo verás. Por cierto, ¿te has fijado en la matrícula del coche de Karl? 2 Brains. Dos cerebros. Ja, ja. El mío es un Mazda que se llama Ahura. Ahura Mazda, como el dios del zoroastrismo [religión de origen persa formulada por el poeta iraní Zoroastro]. Igual que a uno de mis protagonistas, el campeón de ajedrez Ladislaus Nim, me gusta usar acertijos para comunicarme con el mundo».
Katherine tiene un fino sentido del humor y de la estética. Aunque frisa los 60, conserva intacto –y no es un cumplido– el encanto de sus años como modelo y la mirada inteligente de quien ha sido experta en ordenadores, empleada del Bank of America y asesora de energía para la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), durante su irrupción en la política internacional.
Al descender del vehículo y encaminarnos al destino prometido, Katherine sigue hablando. «En realidad, tanto El ocho como El fuego están dentro de la tradición literaria más antigua que existe. Imitan las aventuras de Jasón tras el Vellocino de Oro, de Parcival en pos de su Santo Grial, o de Ulises buscando su camino a casa. De hecho, la primera novela de la Historia también fue un relato de búsqueda; se trata de La epopeya de Gilgamesh [fechada entre 1300 y el 1000 a.C.], y me hechizó».
Le sugiero que quizá lo hizo porque comparte con sus novelas la misma búsqueda de la inmortalidad. Sonríe. «Leí la historia de Gilgamesh a los 18 años. Contaba la desdicha de su amigo Enkidu, que sufrió una muerte horrible, pero al que se le concedió el don de contar a Gilgamesh lo que había visto al otro lado. Y el héroe del cuento decidió entonces que no podía morir, partiendo en busca de un elixir que lo salvara. En esa época ya había leído libros de alquimia y de elixires de la vida eterna, pero tras Gilgamesh ningún autor me influyó tanto como Goethe. De hecho, es el único escritor cuyo retrato preside mi estudio. El mérito es de su Fausto. Cuando empecé a escribir El fuego, me di cuenta de que la aventura de su desesperado buscador de la eternidad tuvo una segunda parte. El mismo Goethe la escribió 30 años después inspirado por el místico sufí Rumi, uno de esos escritores antiguos que no te presentan en el colegio, pero que a mí llevaba tiempo atrayéndome».
Frondoso bosque. Katherine tiene un discurso tan envolvente que casi no me doy cuenta de que me está llevando a un camino sin asfaltar, cubierto de hojas de roble húmedas, que se adentra en un denso bosque que no había podido ni imaginar desde la carretera. No discuto. Prefiero que me aclare una duda: «¿Es en esos años de juventud cuando descubres a Jacques Bergier, el autor de El retorno de los brujos, y te conectas con lo mágico?». Asiente. «Leí toda clase de libros raros, heterodoxos. A Bergier, a Fulcanelli, a Giorgio de Santillana... Fue la época en la que dejé Colorado para trabajar en Nueva York, y me vi obligada a hacer muchas cosas para ganarme la vida. Por eso viajé tanto. En ese tiempo era muy difícil que las mujeres con estudios encontraran trabajo si no sabían mecanografía o no tenían un diploma de enfermera o de profesora. Si querías trabajar en un restaurante, te pedían saber escribir a máquina. ¡Y yo lo hago sólo con dos dedos de la mano derecha!».
Así, con esos dos dedos, redactó las más de 600 páginas de El ocho. «Y también el medio millar de El fuego –añade–. Mecanografié mis dos primeros libros, El ocho y Riesgo calculado, con una IBM eléctrica en la que podía ver lo escrito a tiempo real en un folio. Ahora me rodeo de varios ordenadores con diferentes clases de teclados y, como tengo dedos de pianista y los coloco muy verticales, termino destrozándolos sin piedad».
Con amigos o novios. Siempre me llamó la atención que la estructura de El ocho transcurriese en varias acciones y tiempos paralelos. Algo demasiado complicado para una escritora novel. Katherine, solícita, me lo aclara: «Antes de llegar a Nueva York viví en otras cuatro o cinco ciudades. Me instalaba en casa de amigos o de novios, y siempre trataba de quedarme un tiempo y aprender algo. Un día pasé un examen de aptitud para una nueva clase de empleo que sólo habían superado 50 personas en todo el país. Era para trabajar en ordenadores. ¡Pero entonces yo pensaba que IBM era una marca de relojes! El caso es que me dieron el puesto, me pagaron como a un hombre y comenzaron a enviarme a los peores lugares del país a instalar e iniciar a la gente en la informática.
Entré en los movimientos nacionalistas negros, como los Panteras Negras, que nos alquilaba muchos equipos, y a finales de los 60 tenía ya amigos afroamericanos que sabían que lo que quería ser de verdad era escritora. ‘¿No conoces la obras de Chinua Achebe, o la de Wole Soyinka?’, me decían. Y, ¡oh sorpresa!, de repente, gracias a ellos, descubrí autores que hacían justo lo que yo quería escribir».
Casi resbalo en una piedra oculta bajo las hojas, antes de preguntarle a qué se refiere exactamente. «África estaba cambiando la forma de escribir novelas que había entonces. Incorporaban a sus tramas mitología, cambiaban la forma de usar el lenguaje y empleaban la clase de estructuras complejas que yo necesitaba para mis novelas. Pedí una beca y me gradué en el estudio de esos escritores. Hice mi trabajo sin preocuparme de si era académico o no, y empecé a mezclar historia y actualidad como hacía Achebe. Era fabuloso. Me encantaba ese estilo de una historia dentro de otra, y a su vez dentro de otra, como ya hiciera Sherezade en sus mil y una noches. Y justo entonces, mis jefes me enviaron al norte de África a trabajar para el gobierno de Argelia y la OPEP».
Mundo árabe. De repente, Katherine calla. Duda si tomar el camino de la derecha o el de la izquierda, ya en el corazón de un bosque impenetrable. La luz dorada de la tarde se apaga, presagiando el ocaso. Pero una vez elegida la dirección, prosigue: «Aquello me sirvió para aprender mucho de Argelia y del mundo árabe y africano. Aunque no fue la única lección de aquella época. Un día me llamaron del Bank of America para ofrecerme un trabajo. Era 1980. Les advertí que no quería implicarme ni en la banca ni en los seguros, y les dije que mi objetivo era retirarme a los 40 para convertirme en escritora profesional. No quería estar en la pista rápida, ni ser vicepresidenta ni nada por el estilo. Me enviaron a préstamos. Eran de todo tipo: para barcos, automóviles, casas... La crisis que vivimos ahora empezó a gestarse entonces, cuando se dio financiación sin ningún control posterior del banco. Lo aprendí todo en tres semanas, al tiempo que empezaba El ocho. Cuando tenía un tercio del libro escrito y un cuarto de El círculo mágico, me di cuenta de que ningún editor los publicaría. Por entonces descubrí cómo podría robar un millón de dólares y esconderlo en los sistemas informáticos del banco. Llamé a un amigo de la Bolsa de Nueva York que nos alquilaba ordenadores y le pedí ayuda. Él sabía que era para una novela; me la brindó, y así nació Riesgo calculado. La acabé en 1984 y con esa historia sí conseguí editores... Pero cuando les dejé leer El ocho me dijeron: ‘No sigue una línea editorial con futuro. No sabemos qué clase de personas leerían una historia como ésta’. Así que no tuve más remedio que ponerme a buscar otra editorial».
Aventura vital. Katherine suspira. Recuerda cómo poco después le llegó el éxito. Y las inevitables etiquetas y los adjetivos: «La Umberto Eco femenina», «la nueva Alejandro Dumas», «si Steven Spielberg fuera mujer»... Todo cambió para ella gracias a su búsqueda del ajedrez imaginario de Montglane. «Mis novelas reflejan mi propia aventura vital. En realidad, es la misma búsqueda de todos aquellos que quieren encontrar algo que haga un poco mejor al mundo», confiesa la escritora mientras señala un claro en medio del espeso bosque, junto a una inquietante pared de piedra.
Pero antes de que pueda decirle que me explique mejor en qué consiste ese «algo», la veo trepar risco arriba. Hemos llegado a nuestro destino. El lugar es magnífico. Un paraíso perdido al borde mismo de la civilización. Como si nos hubiéramos transportado de repente al País de las Maravillas.
«¿Sabes?», me confiesa: «He experimentado algo parecido a lo que le sucedió a Ulises: después de vagar por todo el mundo, desde Irak hasta Argelia, desde Francia hasta España, de Rusia a Egipto, pasando por Córcega, para recrear el destino del ajedrez de Montglane, al final he decidido esconderlo muy cerca de casa. Aquí, en un rincón prácticamente desconocido de Washington. Nadie antes había venido a verlo».
Evidentemente, yo no veía el ajedrez por ninguna parte. ¿O sí? Desorientado, me animé a hacerle una última pregunta. «¿De qué está hecho ese ajedrez, Katherine?». Ella sonríe. «De nuestra propia esencia, Javier. El día que nos encontremos a nosotros mismos, lo encontraremos a él. Y quizás eso suceda cerca de casa, como me ha pasado a mí».
LAS OCHO CLAVES DE “EL OCHO”
Con un millón y medio de copias vendidas en España desde su publicación, en 1988, y cinco en el mundo, El ocho es, junto a Los pilares de la Tierra (1989), de Ken Follett, con unas ventas totales de 5,5 millones de copias, el ejemplo más claro de lo que es un long seller, obra que prolonga sus nutridas ventas a lo largo de los años, sin concentrarlas durante la época de su lanzamiento. Los secretos de su éxito pueden resumirse en estas ocho claves:
1. Describe vívidamente el horror que siguió a la Revolución Francesa, dando vida a sus protagonistas.
2. Inventa un ajedrez creado por Al Jabir en Bagdad , cuyo secreto atraviesa los siglos.
3. El secreto del ajedrez está entroncado con la armonía, el número áureo de los griegos, la música y la alquimia.
4. Catalina la Grande, Napoleón, Talleyrand o Fibonacci son personajes extraídos del mundo real. Solarin o Ladislaus Nim son nombres inspirados en la novela Solaris (1961), de Stanislav Lem.
5. Dos de sus protagonistas, Valentine y Mireille, se inspiran en dos de las mujeres del óleo El rapto de las sabinas, de Jacques-Louis David.
6. Neville define El ocho como un “libro de patrones, sobre cómo actúan sobre nosotros las leyes de la Naturaleza”.
7. Todas las fuentes bibliográficas que esgrimen sus protagonistas son reales.
8. Muchos de los personajes masculinos están inspirados en novios y amigos personales de la autora. “Con su permiso”, asegura.
Katherine Neville acaba de publicar la segunda parte de El ocho, la novela que la convirtió en una de las autoras más leídas y que recuperaba «el género literario más antiguo».
Veinte años después de publicar una de las obras más leídas de los últimos tiempos, El ocho, Katherine Neville se atreve con la segunda parte, El fuego (Mondadori). Una historia en la que el ajedrez sigue siendo crucial, pero los personajes y la aventura cambian.
¿Se considera la escritora que abrió paso a autores como Dan Brown o J. K. Rowling?
En absoluto, lo que yo escribo es el tipo de literatura más antigua del mundo, una novela de búsqueda donde hay una misión. Durante años nadie escribió este tipo de historias. Cuando era pequeña no había autores. Ni siquiera había muchos de novela de aventuras.
¿Decidió entonces que quería ser usted quien volviera a escribir ese tipo de historias?
Así fue. Ahora hay muchos más que lo hacen y todos me han agradecido que escribiera El ocho. Sin embargo hay una gran diferencia entre esos autores y yo: en mis novelas las mujeres tienen las aventuras y lo resuelven todo. Y esto nunca sucede en las novelas que escriben los hombres.
¿Son mujeres por una cuestión feminista?
No, yo nunca he sido del movimiento feminista estadounidense. De hecho ni me enteré de que en EE UU se había librado una batalla campal entre hombres y mujeres por la igualdad laboral.
Tras el éxito de El ocho,¿no asusta una segunda parte?
No he tenido miedo, al menos no por las ventas. Lo que me asustaba era sucumbir a la tentación de escribir un libro igual que El ocho. Hubiera sido decepcionante hacer una simple continuación.
El ajedrez es crucial en su obra, ¿se le da a usted bien?
Es un juego que me encanta, pero no se me da muy bien.
¿Qué es para usted escribir?
No lo sé, porque llevo escribiendo desde los siete años, y a los ocho ya había terminado mi primer libro. Es algo que siempre he hecho, de modo que es como si te pregunto «¿qué es para ti respirar?» No puedo ni imaginar la vida sin la perspectiva de un libro.
¿Qué le diría a los que quieran ser escritores de éxito?
Es que yo nunca me he preocupado de eso, sólo quería escribir algo que fuera lo suficientemente bueno como para ser publicado y que la gente lo leyera antes de que me hubiera muertro. Nunca he buscado el éxito, porque el éxito y el dinero no son mis objetivos como escritora.
Predijo usted la actual crisis financiera en El círculo mágico y en Riesgo calculado, ¿es un poco bruja?
No, lo que hice fue explicar cómo no se podía robar el dinero del modo en que lo han hecho. No me sorprende la crisis, lo que me sorprende es que haya tardado tanto.
BIO: La escritora estadounidense Katherine Neville (Misouri, 1945) fue ejecutiva (trabajaba en el Banco de América) antes de dedicarse a la literatura.
«A los historiadores del arte no les interesa el artista, sino la paleta»
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