Este fin de semana El País ha publicado la traducción de dos importantes artículos de opinión sobre teoría económica totalmente opuestos sobre la fórmulas de salida de la crisis mundial.
• Stephan Richter defiende la postura (a día de hoy) mayoritaria de frenar el déficit para no encarecer el coste de la deuda pública y mantener la "solvencia" de los Estados. Eso hace a una economía "más competitiva y capaz de competir".
• Paul Krugman expone la visión keynesiana: en momentos de crisis el gobierno debe estimular la economía.
PAUL KRUGMAN: profesor de economía en Princeton y premio Nobel de Economía 2008.
A finales del año pasado, la opinión general en materia de política económica dio un brusco giro a la derecha. A pesar de que las principales economías del mundo apenas habían empezado a recuperarse, a pesar de que el desempleo seguía estando tremendamente alto en gran parte de EE UU y Europa, crear puestos de trabajo dejó de formar parte del programa. Nos decían que, en vez de eso, los Gobiernos tenían que centrar toda su atención en reducir los déficits presupuestarios.
Los escépticos señalaban que recortar drásticamente el gasto en una economía deprimida no contribuye mucho a mejorar las perspectivas presupuestarias a largo plazo, y que, de hecho, podría empeorarlas aún más al desacelerar el crecimiento económico.
Los austerianos mantenían que era necesario recortar el gasto de inmediato para mantener a raya a los vigilantes de los bonos, inversores que cortarían el grifo a los Gobiernos despilfarradores aumentando los costes de sus préstamos y precipitando una crisis.
En la actualidad ha quedado claro que a los inversores no les preocupan los déficits; les preocupan el estancamiento y la deflación. Y han estado manifestando esa preocupación reduciendo los tipos de interés de la deuda de los países más importantes en lugar de aumentándolos.
¿Cómo se enfrentan los austerianos a la realidad de unos tipos de interés que caen en picado en lugar de ponerse por las nubes? La última moda es declarar que hay una burbuja en el mercado de bonos: no es que a los inversores les preocupe realmente la debilidad de la economía... Resulta difícil expresar lo descarado que es este razonamiento: primero nos decían que debíamos hacer caso omiso de los fundamentos económicos y obedecer en cambio los dictados de los mercados financieros; ahora se nos dice que hagamos caso omiso de lo que esos mercados están diciendo realmente porque están confusos.
STEPHAN RICHTER editor y director de theglobalist.com El momento Schröder de Zapatero
En las décadas de 1990 y 2000, respectivamente, dos socialdemócratas encantadores y un tanto dejados destacaban en las filas de los líderes europeos
Cuando José Luis Rodríguez Zapatero llegó a la presidencia española, en abril de 2004, tenía solo 43 años. Se centró en cuestiones como reforzar el papel de la mujer en la política y la sociedad españolas pero dejó claro que no quería ensuciarse las manos lidiando con la economía nacional con recalentamiento de la economía, una economía que dependía con exceso de la vivienda, de la construcción, el desempleo en general, el nivel de paro entre los jóvenes.
En semejantes circunstancias, ZP no estaba por la labor de deslucir su mandato centrándose excesivamente en los presupuestos y las políticas estructurales.
Schröder en 2003 se puso las pilas con recortes de las prestaciones sociales, reforma de las pensiones, los parados ya no podrían rechazar una oferta laboral. Para que las reformas calaran, los subsidios por desempleo en Alemania descendieron prácticamente a niveles comparables a los de EE UU, lo cual significa que eran cualquier cosa menos generosos. Las ventajas de ese severo planteamiento han quedado plenamente de manifiesto durante la actual recesión, con unos niveles de desempleo en Alemania que son los más bajos de los últimos 20 años.
La conversión de ZP no ha sido voluntaria. La reacción de los mercados internacionales a raíz de la crisis griega en la primavera de 2010 -y la amenaza de que "España sería la siguiente"- le hicieron reaccionar.
Ha habido que llevarlo a rastras hacia la rectitud fiscal y las reformas estructurales. En estos momentos, Zapatero afronta su prueba de fuego política: conseguir que se apruebe el paquete de reformas que ha anunciado su Gobierno. Hay quienes dudan de su fortaleza interna. Creen que cuando se tope con protestas en la calle lo suficientemente fuertes, cederá en cuestiones clave como el mercado laboral y la reforma de las pensiones.
¿Por qué? Probablemente porque en la era de la democracia mundial y la integración económica internacional, los electores tienen la sensación instintiva de que todas esas protestas que enfrentan a capital y trabajadores son cosa del pasado.
En realidad, las empresas tienen tantos problemas como los ciudadanos para afrontar las cambiantes circunstancias mundiales. Lo principal es que ciudadanos y empresas consigan un justo equilibrio que siga motivando a los ciudadanos-empleados y que permita a las empresas prosperar y competir.
En este mundo feliz, los ciudadanos también son conscientes de que aferrarse a unas prestaciones demasiado elevadas ya no equivale en esencia a un acto de desafío y conciencia social como es debido, sino a mirarse el bolsillo. A fin de cuentas, los gastos sociales son sufragados en buena parte por los contribuyentes, y no por organizaciones capitalistas amorfas.
Un líder político de verdad es aquel que planta cara a las dificultades y dirige desde el frente, y no el que se limita a difundir trivialidades.
Schröder hizo bien transformar la economía de Alemania, hinchada y con unos costes poco competitivos, en una economía ágil y capaz de competir en los mercados internacionales.
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