El editor no es anónimo, sino sinónimo de su labor. El que luego consiga cierto renombre o, de algún modo y por modesto que sea su radio de alcance, llegue a convertirse en motor cultural o intelectual de su época, lleve a cabo algo grande, o bien se limite a estropear el papel a base de imprimirlo, depende de innumerables circuntancias:
1. Tener suerte: la esterilidad o fertilidad del período en el que esté enmarcada su actividad es cosa del destino, y en una época falta de creatividad el editor está condenado a la impotencia.
2. Requisitos básicos de un editor:
- un buen nivel cultural más allá del que proporcionan las escuelas superiores,
- un buen conocimiento de la literatura universal,
- criterio particular y bien fundamentado sobre los valores intelectuales y poéticos,
- diferenciar entre lo auténtico y lo que carece de de autenticidad, lo original y la imitación,
- olfato para captar las tendencias de su tiempo,
- capacidad de expresarse por escrito con claridad,
- forma adecuada de presentar al autor y su libro a la crítica, al lector y a los libreros; y también las contadas palabras con las que se describe la obra en los pequeños textos de la contracubierta y las solapas.
3. El autor solo profesará lealtad a aquel con la que trabaje, tenga empatía, profundice en su obra, que se implique en su futuro y presente creativo. Si se deja este trabajo para un lector que trabaje para el editor, éste pasará a convertirse en un adminstrador que firma contratos y cheques.
4. Es importante reeditar para transmitir al lector obras de época pasadas e importantes escritas en otros idiomas.
5. El objetivo ideal y un objetivo es ganarse -y conservar- a los mejores autores de su país y otros.
6. El editor no puede olvidar que el autor -el individuo creador- no puede estar equilibrado, pues el conflicto entre realidad e imaginación le confiere el genio creador.
7. La realación del editor con el autor ha de ser de amor que no exija nada y le perdone cualquier infidelidad.
«Uno edita o bien los libros que considera que la gente debería leer, o bien los libros que piensa que la gente quiere leer. Los editores de la segunda categoría, es decir, los editores que obedecen ciegamente al gusto del público, no cuentan, ¿verdad que no? Hacen parte de otro ordo –para hacer uso de aquel bello concepto del catolicismo. Para tales labores editoriales no se necesita ni entusiasmo ni buen gusto. Uno entrega la mercancía que se le encarga. Uno debe apenas saber qué puede llegar a excitar las glándulas lacrimales o las glándulas sexuales, o cualquier otro tipo de glándulas, qué pone a latir más rápido el corazón del deportista, qué produce los mayores escalofríos, etc.
Nosotros, el otro tipo de editores, nos esforzamos, si bien en una muy modesta medida, por la creación; intentamos entusiasmar al lector por aquello que nos parece original, poético, valioso, prometedor, sin importar si se trata de un texto fácil o difícil. Esto vale tanto para non-fiction como para fiction. Por supuesto: nos podemos equivocar, y de hecho nos equivocamos a menudo. De vez en cuando creemos sospechar promesas para el futuro en la personalidad o el manuscrito de un autor, y las promesas no se realizan. Lo que cuenta es el esfuerzo; el éxito no siempre es decisivo –muchas veces es cuestión de azar. Sí: la obtención de un buen autor se debe de hecho más a menudo al azar que al mérito».
Extraído de Autores, libros, aventuras. Observaciones y recuerdos de un editor, seguidos de la correspondencia del autor con Franz Kafka,
Kurt Wolff, Acantilado, Barcelona, 2010.