La revolución sexual de los setenta, según Martin Amis
Cuando no escribe, vive, y ahora acaba de terminar su última novela, seis años de trabajo que por fin se han resuelto, una novela sobre la revolución sexual, sobre la decrepitud física, sobre un hombre que se mira al espejo y ya no se reconoce: La viuda embarazada.
Amis (Oxford, 1949) recupera reírse de sí mismo y de su oficio.
Confesó en Mapfre Hay Festival Alhambra(2009)que por primera vez en su vida había incluido tres epitafios:
- El primero es una cita del pensador ruso Alexandr Herzen (de quien toma el título y la idea de que lo que queda después de una revolución no es algo que nace, "sino una viuda embarazada").
- El segundo remite al significado de la palabra narcisista.
- El tercero está tomado de un poeta único cuya brutal masculinidad sigue provocando hoy escalofrío: Ted Hughes. En su versión en verso de La metamorfosis, de Ovidio, Hughes escribió: "Ahora estoy preparado para hablar de cómo el cuerpo se transforma / En otros cuerpos". Y de todo eso, dice Amis, habla su novela.
"El libro está situado en el presente y en la revolución sexual de los años setenta, que arrancó en 1963. Ocurre en un castillo de Italia y como en toda revolución hay cosas que se van, cosas que llegan y cosas que se quedan. Dicen que la revolución sexual de los años setenta fue de otra manera en España, que aquí, después de la muerte del general Franco, se pasó del siglo XIX al XXI en dos semanas, al menos sexualmente". "El personaje de la novela", continuó el escritor, "rondaba los 20 años en los setenta y ahora pasa de los 50. Es curioso, pero la literatura jamás me avisó de lo que me iba a pasar al hacerme mayor. Nunca me dio una pista. Y yo quería hablar de esto: de envejecer".
Amis, que siempre ha arrastrado fama de ser un hombre seductor, que fue niño actor en la película Viento en las velas, y que ha escrito abiertamente sobre sus problemas dentales (le gusta presumir de cómo la pérdida de su dentadura en la cuarentena le hermana con dos de sus mitos, James Joyce y Vladímir Nabokov), apuntó entre muchas carcajadas: "Cuando uno sobrepasa los 50, el espejo pierde el poder de decirte lo que eres. Y lo que empieza como una película de terror acaba convertido en una película snuff".
El escritor británico señaló que el proceso de escribir una novela es averiguar qué es esa novela y qué significa. Quizá por eso leyó las primeras páginas con poderosa satisfacción, pero sin un ápice de pomposidad. Ficción y ecos autobiográficos en una novela que arranca con una frase rotunda y enigmática: "Ésta es la historia de un trauma sexual. (...) Todo lo que sigue es real. Italia es real. El castillo es real. Las chicas y los chicos son reales (Rita es real, Adriano, increíblemente, pero también es real). Ni siquiera se han cambiado los nombres. ¿Para qué? ¿Para proteger su inocencia? No había inocentes. O, quizá, todos ellos eran inocentes pero nadie puede protegerles".
"Me asombra que cualquiera de nosotros consiguiera escribir una palabra sensata, teniendo en cuenta que éramos tan estúpidos como para llevar pantalones acampanados" cuenta Amis.
"Enterramos a Dios y vimos que se puede vivir sin él"
22/09/2006
Martin Amis (1949)
Incisivo e irónico, con una prodigiosa habilidad para practicar los géneros más distintos, mordaz y tierno, versátil, Amis ha publicado recientemente The house of meetings (La casa de los encuentros) en Reino Unido. En España, su último libro traducido es Perro callejero(Anagrama), que se suma a títulos tan distintos como, entre otros, las novelas Dinero, Campos de Londres o Tren nocturno, los relatos de Mar gruesa, su autobiografíaExperiencia, su infernal crónica sobre los horrores de Stalin (Koba el Temible) o sus trabajos periodísticos y de crítica literaria reunidos en Visitando a Mrs. Nabokov y La guerra contra el cliché.
Pregunta. Ha escrito que lo autobiográfico ha marcado buena parte de la ficción en los últimos años. ¿Sigue siendo así?
Respuesta. Si hubiera que destacar una característica en la literatura que se escribe hoy sería la diversidad. En temas, momentos y espacios. Es cierto que lo autobiográfico, y también la historia, siguen siendo motores esenciales que alimentan la ficción actual, pero lo que yo creo que pasará a primer plano es todo cuanto esté relacionado con los atentados del 11-S. Han cambiado radicalmente el mundo y esos cambios tiene que recogerlos la literatura. Pero para poder contar lo que entonces se vivió y las transformaciones que vinieron después se necesita tiempo, que las cosas se vayan sedimentando. Tienen que pasar cuatro o cinco años para empezar a asimilar lo que ocurrió.
P. Hay muchos escritores que ya se han manifestado...
R. Salman Rushdie volcó en Fury su visión de los atentados, se puso a escribir sobre lo que estaba viviendo. Pero él mismo comentaba que la poesía es la emoción que se recuerda en tranquilidad. Quizá en Fury le faltó esa tranquilidad, estaba demasiado cerca.
P. ¿Cómo cree que han afectado los atentados a personajes como los de Dinero, con ese nihilismo despreocupado y perverso?
R. El estado en el que vive buena parte de la juventud es semejante al del que acaba de ser anestesiado con novocaína. Están anestesiados. Y un acontecimiento de esas características refuerza aún más esa sensación. Así, hay muchos jóvenes que llenan su cuerpo de imperdibles o que se autolesionan haciéndose cortes en los brazos por ese afán de romper con esa anestesia general. Pero no es fácil, y siguen arrastrados a una vorágine de compras, consumo, sexo y fiestas que pone entre paréntesis todo lo demás. Van de un lado a otro, su horizonte único es el presente.
P. ¿Qué hay entonces del futuro?
R. La historia se ha acelerado de manera vertiginosa. Ya no hay tiempo para detenerse y observar lo que ocurre, y por eso la poesía está muriendo. Todo va demasiado deprisa, no se puede parar.
P. Los discursos sobre Dios ocupan cada vez mayor lugar. Ahí está el reguero de protestas que han desencadenado los comentarios del Papa sobre el islam. ¿Hay una vuelta a la religión en estos tiempos inciertos?
R. No creo que ocurra nada de eso en Europa. Creo que aquí enterramos a Dios y nos dimos cuenta de que se vive muy bien sin él, sin sus dones y sus exigencias. En América son, en cambio, muy religiosos, aunque la situación puede resultar paradójica. Hace poco estuve en Las Vegas. Y si hay un lugar en el mundo que no tenga nada que ver con el islam ese lugar es justamente Las Vegas. Los fanáticos islamistas han desencadenado su furia porque no aceptan nuestra manera de vivir. No toleran lugares como Las Vegas. Y no aceptan la emancipación de la mujer, por ejemplo, que les resulta intolerable.
P. Tampoco los hombres de Occidente han asimilado bien la liberación femenina, aunque de manera muy distinta. Es un tema, el de las actuales relaciones entre hombres y mujeres, que recorre sus libros más recientes.
R. En el libro que estoy escribiendo ahora vuelvo sobre este asunto. Se llama The pregnant widow (La viuda embarazada) y arranca de un comentario del pensador ruso Alexander Herzen que decía que cuando se produce una revolución y ha de empezar un nuevo orden, hay un periodo de tiempo en el que la mujer ha quedado embarazada, el padre se ha ido ya pero el hijo no ha nacido todavía. Es lo que ocurre con la revolución feminista. Llevamos como dos tercios del embarazo, pero los cambios definitivos no se han asentado todavía. Las mujeres han acumulado mucho poder a costa del hombre, en una verdadera revolución de terciopelo, pero siguen insatisfechas porque siguen ocupándose de la casa. Hace falta que los cambios continúen.
P. También en el panorama literario se han producido cambios. Ya no parece fácil compartir una escala de valores y pronunciarse sobre la calidad de lo que se escribe.
R. Lo que no tolera la sociedad actual es que pueda haber una suerte de élite en el mundo literario. El afán de allanar las diferencias, de buscar una nivelación, de manifestar que todos pueden hacer lo mismo puede a la larga terminar con este trabajo. Lo comentábamos hace poco con unos colegas en Boston: la literatura tal como la entendemos se ha acabado, no existe. Todo viene del radicalismo del 68, donde se defendía que no hay opiniones superiores, que todos valemos lo mismo. Pero el talento no se reparte de manera igualitaria. Algunos lo tienen, otros no. Eso se respeta en el mundo de la ciencia, pero no en la historia, la novela o la sociología. En esos campos se da por hecho que todos valen lo mismo.
P. El mercado y los medios de comunicación pueden haber colaborado en este fenómeno al rendirse ante las grandes campañas de autores que tenían todavía mucho que demostrar.
R. Cuando empecé, publicaba mis libros y como mucho aparecía alguna reseña. A partir de los ochenta, empezaron los viajes, los hoteles, las entrevistas, las fiestas. Esta revolución de minibar que tanto está afectando a los escritores jóvenes. Antes nos poníamos a escribir porque teníamos dentro algo que tenía que salir fuera. Ahora muchos autores publican para salir en televisión.
Pregunta. Ha escrito que lo autobiográfico ha marcado buena parte de la ficción en los últimos años. ¿Sigue siendo así?
Respuesta. Si hubiera que destacar una característica en la literatura que se escribe hoy sería la diversidad. En temas, momentos y espacios. Es cierto que lo autobiográfico, y también la historia, siguen siendo motores esenciales que alimentan la ficción actual, pero lo que yo creo que pasará a primer plano es todo cuanto esté relacionado con los atentados del 11-S. Han cambiado radicalmente el mundo y esos cambios tiene que recogerlos la literatura. Pero para poder contar lo que entonces se vivió y las transformaciones que vinieron después se necesita tiempo, que las cosas se vayan sedimentando. Tienen que pasar cuatro o cinco años para empezar a asimilar lo que ocurrió.
P. Hay muchos escritores que ya se han manifestado...
R. Salman Rushdie volcó en Fury su visión de los atentados, se puso a escribir sobre lo que estaba viviendo. Pero él mismo comentaba que la poesía es la emoción que se recuerda en tranquilidad. Quizá en Fury le faltó esa tranquilidad, estaba demasiado cerca.
P. ¿Cómo cree que han afectado los atentados a personajes como los de Dinero, con ese nihilismo despreocupado y perverso?
R. El estado en el que vive buena parte de la juventud es semejante al del que acaba de ser anestesiado con novocaína. Están anestesiados. Y un acontecimiento de esas características refuerza aún más esa sensación. Así, hay muchos jóvenes que llenan su cuerpo de imperdibles o que se autolesionan haciéndose cortes en los brazos por ese afán de romper con esa anestesia general. Pero no es fácil, y siguen arrastrados a una vorágine de compras, consumo, sexo y fiestas que pone entre paréntesis todo lo demás. Van de un lado a otro, su horizonte único es el presente.
P. ¿Qué hay entonces del futuro?
R. La historia se ha acelerado de manera vertiginosa. Ya no hay tiempo para detenerse y observar lo que ocurre, y por eso la poesía está muriendo. Todo va demasiado deprisa, no se puede parar.
P. Los discursos sobre Dios ocupan cada vez mayor lugar. Ahí está el reguero de protestas que han desencadenado los comentarios del Papa sobre el islam. ¿Hay una vuelta a la religión en estos tiempos inciertos?
R. No creo que ocurra nada de eso en Europa. Creo que aquí enterramos a Dios y nos dimos cuenta de que se vive muy bien sin él, sin sus dones y sus exigencias. En América son, en cambio, muy religiosos, aunque la situación puede resultar paradójica. Hace poco estuve en Las Vegas. Y si hay un lugar en el mundo que no tenga nada que ver con el islam ese lugar es justamente Las Vegas. Los fanáticos islamistas han desencadenado su furia porque no aceptan nuestra manera de vivir. No toleran lugares como Las Vegas. Y no aceptan la emancipación de la mujer, por ejemplo, que les resulta intolerable.
P. Tampoco los hombres de Occidente han asimilado bien la liberación femenina, aunque de manera muy distinta. Es un tema, el de las actuales relaciones entre hombres y mujeres, que recorre sus libros más recientes.
R. En el libro que estoy escribiendo ahora vuelvo sobre este asunto. Se llama The pregnant widow (La viuda embarazada) y arranca de un comentario del pensador ruso Alexander Herzen que decía que cuando se produce una revolución y ha de empezar un nuevo orden, hay un periodo de tiempo en el que la mujer ha quedado embarazada, el padre se ha ido ya pero el hijo no ha nacido todavía. Es lo que ocurre con la revolución feminista. Llevamos como dos tercios del embarazo, pero los cambios definitivos no se han asentado todavía. Las mujeres han acumulado mucho poder a costa del hombre, en una verdadera revolución de terciopelo, pero siguen insatisfechas porque siguen ocupándose de la casa. Hace falta que los cambios continúen.
P. También en el panorama literario se han producido cambios. Ya no parece fácil compartir una escala de valores y pronunciarse sobre la calidad de lo que se escribe.
R. Lo que no tolera la sociedad actual es que pueda haber una suerte de élite en el mundo literario. El afán de allanar las diferencias, de buscar una nivelación, de manifestar que todos pueden hacer lo mismo puede a la larga terminar con este trabajo. Lo comentábamos hace poco con unos colegas en Boston: la literatura tal como la entendemos se ha acabado, no existe. Todo viene del radicalismo del 68, donde se defendía que no hay opiniones superiores, que todos valemos lo mismo. Pero el talento no se reparte de manera igualitaria. Algunos lo tienen, otros no. Eso se respeta en el mundo de la ciencia, pero no en la historia, la novela o la sociología. En esos campos se da por hecho que todos valen lo mismo.
P. El mercado y los medios de comunicación pueden haber colaborado en este fenómeno al rendirse ante las grandes campañas de autores que tenían todavía mucho que demostrar.
R. Cuando empecé, publicaba mis libros y como mucho aparecía alguna reseña. A partir de los ochenta, empezaron los viajes, los hoteles, las entrevistas, las fiestas. Esta revolución de minibar que tanto está afectando a los escritores jóvenes. Antes nos poníamos a escribir porque teníamos dentro algo que tenía que salir fuera. Ahora muchos autores publican para salir en televisión.
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