Había estudiado, con desgana, ingeniería… Podía haber sido cineasta, y acabó siendo editor. El 23 de abril de 1969, Jorge Herralde comenzaba la aventura de Anagrama, cuatro décadas de edición independiente en español, más de tres mil títulos, doscientas reediciones anuales y dos premios de referencia para la literatura y el ensayismo hispanoamericano.
El pasado mes de abril, el editor de 77 años fue reconocido por la Feria de Londres por su larga trayectoria. Este galardón, que recibe por primera vez un español, tiene para él un valor muy especial: «Por otorgarlo la Feria de Londres asesorada por la Publishers Association, es decir mis colegas, y por haber sido concedido a eminentes editores, como Gallimard». No falta la mezcla de modestia e ironía marca de la casa: «Confío en que este noveno premio no arruine su prestigio...».
-Mi vocación siempre fue la lectura, la literatura y el agit-prop editorial de los años sesenta. No escribo libros aunque no me considero moralmente irreprochable. La cita es una «boutade» de Manganelli. Pergeño textos sobre mi propio trabajo; perfiles de autores y de colegas, con un tono vagabundo y casual, que es el registro que prefiero.
-¿Editores de referencia?
-Siempre admiré a Einaudi y Feltrinelli en Italia. En Francia, a Maspero, las Editions de Minuit y Gallimard, por supuesto. Y en España, a Carlos Barral y José Janés, el gran editor de la Barcelona de posguerra.
-Anagrama nace en la Barcelona de la «gauche divine» que alumbra el «boom» latinoamericano y, a la muerte de Franco, entra en crisis.
-Los setenta fueron años excitantes y, también, trompicados por la censura y los secuestros. En 1975, el catálogo de títulos antifranquistas ya no despertaba interés. En aquellos años cerró la revista «Triunfo», y «Cuadernos para el Diálogo». Se podría decir que la crisis de la editorial la produjo el cadáver de Franco.
-Como Félix de Azúa, ¿compara la cultura catalana con el Titanic?
-En parte, sí. Quizá no de forma tan taxativa, pero en los años sesenta y setenta se había vivido con mucha libertad: los tiempos de Zeleste, los cómics, las obras de Copi… todo parecía posible. La política cultural nacionalista, estrecha de miras, acabó con la Barcelona cosmopolita. Entre los peores recuerdos de mi vida, el periodo que va del verano del 78 a del 80, con la crisis de Anagrama y su distribuidora.
-¿Como la crisis actual?
-Aquella fue una crisis económica, pero la que padecemos es mucho peor. En el terreno moral, en aquella había desencanto por el aplazamiento de la ruptura y las utopías fracasadas; de golpe y porrazo, buena parte de aquellos lectores inquietos dejaron de leer no sólo textos políticos sino también libros de pensamiento, con el colapso de la mayoría de las editoriales progresistas… Ahora se produce una intersección nefasta: la crisis económica global de 2008 acabó afectando al mundo del libro en 2010 hasta desembocar en este «annus horribilis» de 2012, con unos pronósticos igualmente malos para 2013. Me pregunto si podrán resistirlo las librerías, el eslabón más frágil del circuito.
-Crisis y cambio tecnológico…
-El porcentaje de libros electrónicos es insignificante: poco más del uno por ciento de negocio. Quienes utilizan estos cachivaches están más pendientes de chatear y cultivar aficiones inconfesables que de leer libros.
-Algunos profetas del Nuevo Mundo Digital cuestionan al editor…
-El Apocalipsis es siempre jugoso y apetecible, pero la hipótesis optimista y, por tanto, provisional, es que hasta ahora el editor ha configurado un catálogo fiable y ha cuidado los textos de sus autores. Confío en que esa función persista, aunque entre los e-books más vendidos predomina la literatura de género: novela rosa, erótica, ciencia ficción, novela negra… En la última década se ha producido una canalización del gusto; antes, la lista de bestsellers estadounidense era más comercial que la europea y ahora todo son sombras de Grey. La crisis del libro está afectando a la ficción literaria de calidad y el ensayo serio ha sido sustituido por la autoayuda.
-Un autor muerto «resucitó» Anagrama en los 70: Kennedy Toole.
-Supe de «La conjura de los necios» en un catálogo de una universidad de Nueva Jersey y me hice con los derechos en mayo de 1982.
-Se cumplen tres décadas.
-Posibilitó nuestra recuperación económica. Hasta ahora llevamos vendido medio millón de ejemplares. El éxito de aquel autor suicida, las novelas de Patricia Highsmith -de los «Ripleys» a «Extraños en un tren»- y revelaciones como «Bella del señor», de Albert Cohen, me animaron a lanzar la colección de Narrativas Hispánicas.
-La apuesta culminó con la XXX edición del premio Herralde de Novela…
-Se puede escribir una biografía de la literatura española contemporánea con los treinta premiados en un galardón que siempre ha primado la calidad literaria por encima de intereses comerciales. Estuvimos atentos a las palpitaciones del tiempo hasta dar con la llamada «nueva narrativa española», alejada del severo corsé de aquella literatura vanguardista e indigesta de los setenta. Apostamos por Álvaro Pombo y en estos momentos Pombo ha ganado casi todo. Luego, llegaron Azúa, Molina Foix, Sánchez-Ostiz, Chirbes… De Anagrama salieron los tres autores con mayor repercusión en lengua española: Roberto Bolaño, Javier Marías y Enrique Vila Matas.
-Aludiendo al color de sus libros, Lara habla de «la peste amarilla», suponemos, de buen rollo…
-El proceso de concentración editorial desemboca en Santillana, Plaza & Janés (que luego será Random House), Planeta y Anaya. Al contar con recursos económicos absorbieron sellos más pequeños. En cuanto al editor José Manuel Lara, me telefonéo dos o tres veces: según sus palabras, «quería comprar Anagrama con Herralde dentro», pero yo me resistí.
Hay que recordar que Anagrama ha sido vendida, ¿qué dice el sr. Herralde sobre ello?
Hay que recordar que Anagrama ha sido vendida, ¿qué dice el sr. Herralde sobre ello?
–La noticia bomba del 2010 en el mercado del libro, la venta paulatina de Anagrama a Feltrinelli, dejó la sensación de que se derrumbó el mito de la editorial independiente. Al final la compró un gran grupo…
–No, voy a matizar. Confío en que no habrá un cambio drástico porque yo sigo al frente como director editorial y como accionista mayoritario de Anagrama hasta el 2015. Feltrinelli tiene el 10 por ciento, pero irá incrementando su participación hasta llegar al 50 por ciento. Y yo quedaré como presidente, como reina madre (risas). Siendo muy poderoso, Feltrinelli no es un grupo como Random o Planeta.
–Feltrinelli es el tercer grupo editorial de Italia.
–Pero es un grupo familiar, en realidad es propiedad de Carlo Feltrinelli, excepto un mínimo porcentaje; está centrado totalmente en libros, en la editorial que fundó su padre, y en una red de 104 librerías, fundamentales para el tejido del libro en Italia. Tenemos afinidades amistosas y literarias con los Feltrinelli. Inge, la madre de Carlo y la viuda de Giangiacomo, es íntima amiga mía desde los años ’70. En los ’80 conocí a Carlo, con quien trabé una gran amistad, y siempre me dijo que si alguna vez quería vender Anagrama o algunas acciones le haría muchísima ilusión comprarla. En el 2009 hablamos formalmente; por una cuestión cronológica, personal, aunque la editorial está muy bien, tenía que apostar por la continuidad. Mucha gente pensaba que el destino lógico de Anagrama, como el de tantas otras buenas editoriales, era acabar en los brazos de Random o Planeta. Pero no hubiera estado en consonancia con la trayectoria editorial de Anagrama terminar así. En cambio, con Feltrinelli es diferente.
–Pero más allá de la cuestión cronológica, ¿por qué no se pudo concretar que Anagrama siguiera siendo una editorial española administrada, por ejemplo, por varios editores independientes?
–El problema es que no hay editoriales independientes con la capacidad financiera para absorber a Anagrama y la gestión también hubiera sido complicada. La venta a Feltrinelli me pareció lo más pertinente. Igual me he equivocado; pero en cualquier caso alea jacta est (la suerte está echada).
–Mientras continúe al frente de Anagrama, los cambios, aparentemente, no se sentirán. ¿Y después?
–Muy injustamente los editores no somos inmortales (risas). Qué sé yo lo que pasará después. Cuando me vaya, habré estado al frente de Anagrama 47 años, como fundador y propietario.
–En 2015, cuando se termine de concretar el acuerdo con Feltrinelli, ¿continuará o se retirará definitivamente?
–Bueno, depende de las neuronas, de las ganas; en principio seguiré. Pero no en el día a día, como lo hago habitualmente.
–¿Se pierden las ganas después de tantos años de lidiar con los autores?
–Yo no he perdido las ganas, lo sigo pasando muy bien y estoy en plena forma (risas). Tengo el mismo entusiasmo al descubrir nuevos autores. Ahora precisamente hemos publicado el último libro de Emmanuel Carrère, De vidas ajenas, que se está perfilando como uno de los mayores escritores franceses actuales. Aparte hemos recuperado a Michel Houellebecq con El mapa y el territorio, que se había ido por un libro a Alfaguara, por cierto con su peor novela. Y luego hemos fichado a Roberto Saviano, el autor de Sodoma; en breve publicaremos Vente conmigo. También acabamos de fichar y publicar a un autor que era de Mondadori, Niccolò Ammaniti, con Que empiece la fiesta. Y continuamos con autores de primerísima línea internacional, como Uwe Tellkamp con La torre, una novela extensa y ambiciosa que evoca a Los Buddenbrook, de Thomas Mann, pero situada en la Alemania oriental, en los últimos tiempos de comunismo real. Seguimos con Jonathan Coe, uno de los británicos más interesantes después del dream team; y con Siri Hustvedt, que va creciendo en estatura: su última novela, El verano sin hombres, muy autobiográfica, ha causado gran impacto. En enero sacamos a tres de los mejores franceses: Patrick Modiano, Jean Echenoz y Henri Michaux.....
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