Un ataque de ansiedad es una manifestación de nuestro cuerpo de defensa; una respuesta de lucha o huída.
Cuando se percibe una amenaza el sistema nervioso se pone en alerta: sube la presión sanguínea desde el estómago y los demás órganos hacia aquellos músculos que más necesitaremos (como los brazos y las piernas), preparándonos para el esfuerzo de luchar o de huir.
El problema está en que se puede activar esta alerta ante situaciones del día a día lo que puede conllevar diversos síntomas; tantos como personas que los somaticen.
Síntomas:
Síntomas:
- Escuchar en los oídos los latidos del corazón.
- Palpitaciones.
- Presión en el pecho.
- Transpiración repentina.
- Temblores.
- Boca seca.
- Adormecimiento u hormigueo en las extremidades.
- Náusea y/o necesidad de hacer necesidades mayores y menores.
- Falta de aliento o sensación de “sofoco”.
- Pérdida del color de la piel.
- Escalofríos o calores.
- Dilatación de las pupilas.
- Pérdida de la audición.
- Pérdida de la visión periférica.
- Mareos.
- Sensación de perder el control y/o tener un destino incierto.
- Sentirse fuera de la realidad.
- Despersonalización – sensación de estar fuera de tu propio cuerpo y que no existes.
Las secuelas de un ataque de pánico pueden dejarte sintiéndote física y mentalmente agotado por la experiencia. Algunos síntomas, tales como la sensación de irrealidad o de que tu cabeza está llena de aire (como un mareo) pueden persistir por bastante tiempo luego de haber terminado el ataque.
Los ataques de pánico pueden llegar a ser terribles y desorientar a la persona.
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